martes, 13 de octubre de 2015

No eran.

No era el amor de su vida, ni ella la mujer de sus sueños, su destino no era estar juntos y su historia no tenía espacio para un "y vivieron felices por siempre", el amor no fue mutuo ni los sueños compartidos. Sin embargo, hubo algunas cosas que si fueron: el mejor equipo, un irreemplazable vecino, compañía en paseos, mapa y brújula en viajes, la dosis perfecta entre decisión y acción. Eran buen gusto y sin duda los mejores en convertir momentos en recuerdos, fueron mucho para tan poco y nada entre tanto.
Él, amante de la mediocridad, ella no conocía medias tintas; porque en esto del amor es todo o nada y mientras ella buscaba todo, él no quería nada.


Ella no era tan ligera como el aire, que puede estar o no, que se va y quizá no vuelva o quizá solo de vueltas por ahí para volver. Ella era algo más como amante de lo real, de lo eterno y una fiel creyente del amor incondicional. Pero para él esas cosas de la lealtad, fidelidad y amor eran una aburrida forma de perder el tiempo y distraerse de la verdadera esencia de la vida.


A veces necesitamos que la vida nos de portazos para saber a donde no tenemos que regresar, pero ella era dura, su corazón no era fácil de convencer, pasó el tiempo y aunque descubrió que la noche llegaba al final del día sin él, que las estrellas aún brillaban y que podía respirar sin sus besos diarios, le extrañaba. Le extrañaba y le dolía, si aún.


Le dolía, con la luz de la luna o el brillo del sol. Le dolía en el dulce de su desayuno, en su ausencia en la cocina, en lo frío de su cena. Le dolía en mis días y en mis noches. En cada una de las 25 horas y los 8 días de la semana. Le dolía en la incertidumbre del "continuará" y en la certeza de la indiferencia. En cada recuerdo, en cada palabra, en cada letra que componía su nombre, le dolía en lugares, en momentos que todavía huelen a él, en sabores que lo traían de vuelta. Le dolía justo enmedio del corazón, no arriba donde puede confundirse con la cabeza ni abajo donde pensaría que es el estomago, le dolía en el centro porque justo ahí fue donde él se quedó, en esta parte donde se clavó, esa de donde busco sacarlo: del alma.


Del alma, de donde más que desaparecer parecía crecer. Dolía en cada cosa que miraba, aún en lo que no existía, en los recuerdos llenos de sus manías, en sus recetas y en esa que no le enseñó, la de olvidar. Era como si hubiese sido siempre parte de ella. Le recordaba en ese necio eco de tu risa que no se iba, en esos labios que aun sabían a él. Aún le sentía detrás de ella, en esta espalda que aún siente su calor. En esas manos que aún lo tocaban sobre la sábana de la distancia y en estos ojos que al cerrarlos aún lo veían.

Pero no eran, ella volvía siempre y él estaba ahí en la puerta con ese discurso que sólo indicaba una cosa, nada nuevo, lo de siempre, era claro que no eran, era claro que ni el tiempo, ni el clima, ni los años cambiarían eso, no eran pero seguía doliendo, en cada pregunta, en cada día que muere y resucita. En cada una de las promesas de cenizas y los sueños de papel... le extrañaba tanto que cada día dolía más y se sentía menos.


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