viernes, 18 de septiembre de 2015

Tu funeral

La noche se aproximó sigilosamente y sin avisar, la luna anunció un día especial, un nudo en la garganta robó mi voz cuando me di cuenta de lo que pasaba.
Habías muerto, estabas ahí, pálido, sin alma, vacío y frío. Quise acercarme a despedirte con un último beso, pero no pude, la ira de tu suicidio me cegó por completo, antes que limpiar tu sangre de recuerdos,  sentí impulso de tomar tus mentiras y acribillarte un par de veces. Pero no, guarde la calma, tranquilicé mi cabeza aunque mi corazón volcara como olas en altamar. Debía organizar un funeral; no un funeral común, uno diferente, uno que de verdad fuera importante.


Llamé a cada uno de tus amigos, testigos e inseparables cómplices, le pedí a la amargura que viniera a acompañarte, a la falsedad que no podía faltar en tu última noche, para entonces hipocresía y vileza estaban ya esperando. Quise que todos aquellos a los que amabas te dieran un último adiós, para ser franca el deseo era también despedirme de ellos, yo no tengo más nada que relacionarme con ellos si no es por ti.
Platicamos para recordarte, hablamos de algunas ocasiones en particular, en las que fuiste realmente feliz, nos acordamos de aquella vez que viendo las estrellas dijiste querer estar a mi lado toda la vida, si, ese mismo día que te enredaste en otros brazos y la dicha que te dio saber cuánto heriste.
Mientras decidíamos si beber té o café en tu velorio, nos acordamos del vino, ese tinto que inauguraste con alguien más y terminaste conmigo, ¡exacto!  El mismo que derramaste sobre mi espalda y luego secaste con las sábanas en las que después envolviste a alguien más. Por supuesto no pudimos olvidar ese anillo de bodas de alguien que acababas de conocer que se clavó en tu espalda, horas antes de tu último “te adoro”.

Fue en verdad un buen funeral, el mejor diría yo, revivimos cada una de tus hazañas, concordamos en que fuiste un hombre que no trascendió pero disfrutó, una fábrica de heridas, una máquina de dolor, el ser insufrible jamás antes conocido, fuiste único. Me extrañó que no hubiese ningún otro par de piernas aquí, la sala luce casi vacía, salvo por tus irreemplazables acompañantes, es porque tal vez para ellas sigues vivo.
Entrada la mañana, cuando el cielo comenzaba a clarear, la hora de decidir se acercaba, no sabíamos si sepultarte o incinerarte, era una importante decisión tratándose de un personaje como tú, no queríamos que hubiera una tumba, porque luciría siempre sola, pero tampoco queríamos esparcir tus cenizas por temor a que destruyeras el aire, el suelo, lo que sea, como ácido. Para mayor certeza decidimos tener las cenizas,  no fuera a ser que los metros de profundidad fuesen pocos y volvieras a emerger. De pronto, venganza me recordó de aquella cripta que apartaste en el olvido para descansar en paz.

Aún en duelo, un novenario de perdón hicimos para ti, el amor que te tuve, mis cuidados y atenciones un ritual de despedida hicieron para ti. Todavía seguimos orando por tu descanso eterno, por tu espíritu, que aunque nunca lo conocimos creemos que existió. Se unieron a mi dolor tus mentiras y escribieron una esquela para mi consuelo “lamentamos la pérdida de alguien que fue para no ser”.
Hoy, he vuelto de depositar tus cenizas en el olvido, no fue fácil ver como ardían en llamas tantos recuerdos, como con el fuego se clarificaban falsedades, como en el humo salía la verdad, como junto contigo se consumieron las cartas que nunca escribiste, las canciones que no dedicaste y esa serenata de lágrimas que me llevaste, pero todo tiene un fin y en Dios encontré la resignación para despedirte, le hice prometerme a  mi mente que te borraría pero mi corazón dijo que de ti no se olvidaría, me ha dicho que en cada flor que se cruce por el camino, está un adiós como símbolo de permanencia en esa tumba que no existió pero de una muerte que sí ocurrió.


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