lunes, 4 de julio de 2016

Al ritmo de las gotas

A diferencia de muchas personas, la lluvia no me daba miedo, el sonido del agua en medio de la noche me tranquilizaba. Era más bien una especie de catalizador de recuerdos, mientras sabía que otros imaginaban movimientos y ruidos inexplicables, yo con todo el valor de que dormiría sola me senté en la mesa, mirando a la ventana y al ritmo de las gotas inevitablemente me  puse a pensar.


Y pensé en todo y en casi nada, en las tardes de sol tejida en el tráfico, en las noches de luna llena y en aquella noche matizada con ese cielo estrellado que algunos dicen que "no pasa". Me detuve casi como parada obligada en mi hoy, en este nudo de preguntas que me estorba en la cabeza y entendí que de deshacerlo era el momento.


Hice un trato con mi té, al que se le escapaba el calor de la misma manera que a mi la nostalgia. Acordamos que al ritmo de las gotas caerían frente a mi todos esos miedos, disfrazados de dudas que hoy venían a hacer ruido igual que la lluvia. Así fue, fueron cayendo una a una y a medida que el cielo se tornaba menos trazado de nubes, fui descubriendo que los miedos no eran más que soldadillos del corazón.



De un corazón que al recordar su sitio comenzó a latir al ritmo de las gotas, no era taquicardia, era su saludo, su reclamo discreto por no haberle escuchado antes, pero estábamos ya reunidos y sin tanto lío nos hablamos derecho, como lo hacen aquellos que se les acabo el tiempo destinado a perderse. Y, al ritmo de las gotas, nos terminamos aquel té, se consumió esa vela y se redujo el inventario de nubes, de miedos, de dudas.

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