miércoles, 6 de abril de 2016

Esperar a alguien es como callarse.

Porque al final uno acaba entendiendo que esperar a alguien es como callarse, y que sólo cuando uno va se dice “te quiero”. Porque a veces hay personas a las que no llegan trenes, y uno tiene que ir andando. 
Y soportar la distancia recorriéndola, y no quejándose de ella. Porque al final la soledad sólo es un prólogo que dura hasta que dejamos de cerrar la puerta, con la intención de que alguna persona se atreva a llamar.


Porque a veces, y casi siempre, hay mucha gente que se queda en el umbral, con el miedo impidiéndoles acercarse del todo. Y uno entiende que la vida también sigue sin nadie, y que el sol brilla, y que el cielo vuelve a vestirse de azul bonito, aunque nos sintamos tristes. 


Y que nuestro peor enemigo somos nosotros mismos cuando no nos importa salvarnos. O al menos intentarlo. Y que de nada sirve amar las cicatrices de otro, si ni siquiera podemos aguantarnos la mirada. O de nada sirve pedir que nos acepten, si vamos juzgando a los demás sin conocerlos. 


Porque las personas son más de lo que dicen, y lo que callan hay que aprender a escucharlo con el tiempo. Y con el tiempo uno entiende que acostumbrarse es otra forma de morir, y que hasta lo sano resulta dañino si no aceptamos que hasta lo bueno termina.
Porque se vive sintiendo, y no hay otra forma. Y ojalá nos demos cuenta de esto antes de que vivir se nos vuelva cuesta arriba y subir nos sea más difícil. 



Ojalá amemos lo máximo posible antes de que no tengamos un cuerpo al que mirar cada mañana. Y una boca a la que vestir con cada beso. Y una mano en la que encajar con nuestra mano. Y un atardecer que contemplar al lado de alguien, pensando que, al final, no todo ha salido tan mal como esperábamos.



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